No recuerdo exactamente qué día fue, pero sí recuerdo el momento. Aunque mentiría si dijera que no sabía que era diciembre, que había llovido ese día y que llevaba semanas llorando en el camino de regreso a casa, sin saber realmente por qué.
Trabajaba en una tienda de complementos en Triana, una de las calles más famosas de mi isla, Gran Canaria. Al mismo tiempo, estudiaba y tenía varios proyectos abiertos. Estaba en la tienda, antes de abrir, revisando que todo estuviera en orden cuando, de repente, ocurrió.
Mi corazón empezó a latir como si intentara salir de mi pecho. Mi respiración se volvió entrecortada, mis manos temblaban y una sensación helada subió desde mi estómago hasta mi garganta. Algo iba mal. Muy mal.
Pensé que era un infarto. Pensé que mi cuerpo me estaba fallando y que ese sería el momento en que todo acabaría. Intenté respirar, intenté calmarme, pero cuanto más trataba de controlar la sensación, más se intensificaba. Mi mente entró en pánico.
"Voy a morir."
Esa fue la única certeza que tuve en ese instante. Y lo peor no era solo el miedo, sino la impotencia de no poder hacer nada para evitarlo.
Sentí que la realidad se fragmentaba. Como si mi propio cuerpo ya no me perteneciera. El mundo se volvió ajeno, distante, como si estuviera atrapado en una película en la que yo no tenía control.
Recuerdo correr al centro de salud más cercano y encontrarlo cerrado. En ese momento, cerré los ojos y llamé a mi padre. "Papá, papá, me muero." No quiero imaginar lo que sintió al escuchar esas palabras.
Pero no morí.
Después de lo que pareció una eternidad, mi corazón empezó a calmarse, mi respiración volvió a encontrar un ritmo más estable y mi cuerpo dejó de luchar contra algo que ni siquiera entendía. En ese momento, llegó la ambulancia.
Lo que había ocurrido tenía un nombre: un ataque de pánico.
Y desde ese momento, mi vida cambió para siempre.
El antes y el después
Recuerdo que el médico me hizo las pruebas pertinentes para asegurarse que mi corazón estaba bien. Me explicó lo que había pasado y yo seguía confuso. Para mí la ansiedad era algo que no estaba contemplado en mi plan de vida. Me dió una pastilla y me dijo tómatela y verás que mejorarás. Estuve un día con ella, no volví a tomar una pastilla contra la ansidad nunca más.
Antes de ese día, la ansiedad era solo una palabra. Algo abstracto, algo que le pasaba a otros, algo que yo nunca pensé que experimentaría en carne propia. Pero después de esa primera vez, la ansiedad dejó de ser un concepto y se convirtió en una presencia constante en mi vida.
Porque lo peor de un ataque de pánico no es solo el episodio en sí. Es el miedo a que vuelva a ocurrir. Es la sensación de que tu propio cuerpo se ha convertido en un enemigo impredecible. Es la paranoia de no saber cuándo ni dónde volverás a sentirte así.
Durante un tiempo, cada latido acelerado, cada pequeña sensación de mareo, cada respiración más rápida de lo normal, era suficiente para hacerme entrar en pánico de nuevo. Era como vivir con una sombra sobre los hombros.
Recuerdo ir en la moto y estar constantemente diciéndome: mientras respires estás vivo. Era como un mantra que me repetía una y otra vez con cada síntoma que me ponía en alerta.
Pero con el tiempo, entendí algo: la ansiedad no era el enemigo.
No era una sentencia de muerte. No era un castigo. Era un mensaje.
Mi cuerpo me estaba hablando. Me estaba diciendo que algo dentro de mí necesitaba ser atendido. Que había cosas que había ignorado por demasiado tiempo. Que no podía seguir exigiéndome tanto sin consecuencias.
Y fue entonces cuando empecé a escuchar.
Lo que me enseñó Heidegger sobre la angustia
Martin Heidegger hablaba de un concepto fundamental en la vida humana: la angustia (Angst).
Para él, la angustia es diferente del miedo. El miedo tiene un objeto: tenemos miedo a algo concreto, a un peligro real, a un problema que podemos señalar con el dedo. Pero la angustia no funciona así. La angustia no tiene un objeto definido. Es un sentimiento que nos invade cuando nos damos cuenta de que estamos en el mundo sin ninguna garantía, sin una red de seguridad absoluta, sin un propósito fijo que nos sostenga.
Cuando tuve mi primer ataque de pánico, no había un peligro real. No había nada allí… y, sin embargo, lo sentía todo.
Ese es el núcleo de la angustia heideggeriana: la experiencia de lo indeterminado, la sensación de que la realidad se desmorona y de que no tenemos nada a lo que aferrarnos.
Lo que más me impactó cuando descubrí esta idea fue que Heidegger no veía la angustia como un error, ni como algo que debíamos eliminar. Todo lo contrario. La angustia es necesaria.
Es una especie de llamado. Nos saca del piloto automático. Nos enfrenta a la fragilidad de nuestra existencia. Nos muestra que la seguridad en la que creemos vivir es solo una construcción temporal.
Dejar de huir de la ansiedad
Durante un tiempo, intenté huir de la ansiedad. La veía como un enemigo, como un error de mi mente que debía corregir. Pero al leer a Heidegger, me di cuenta de que tal vez la ansiedad no era un error, sino un mensaje.
La angustia nos recuerda que somos finitos, que nuestra existencia es frágil y que el control absoluto es una ilusión. Y aunque esta idea pueda parecer aterradora, también es lo que nos devuelve a lo más auténtico de nuestra vida.
Desde entonces, he aprendido a dejar de resistirme.
He aprendido que la ansiedad no es algo que se pueda dominar como quien vence a un enemigo en batalla. Es algo que hay que mirar de frente, algo que nos invita a preguntarnos:
¿Qué es lo que realmente me asusta? ¿Qué es lo que estoy evitando enfrentar? ¿Qué me está diciendo este momento de angustia sobre la forma en que estoy viviendo mi vida?
He aprendido que la clave no es eliminar la ansiedad, sino aprender a convivir con ella sin huir. Sin verla como un obstáculo, sino como un recordatorio de que la vida es frágil, sí, pero también increíblemente valiosa.
El cambio para siempre
Ese primer ataque de pánico cambió mi vida. No porque me hiciera más débil, sino porque me obligó a ver partes de mí mismo que nunca antes había querido enfrentar.
Me enseñó que la vulnerabilidad no es algo de lo que avergonzarse. Que el miedo no es un signo de fracaso. Que lo importante no es evitar la ansiedad para siempre, sino aprender a vivir con ella sin que tome el control.
Si alguna vez has sentido esto, si alguna vez has creído que no hay salida, quiero recordarte algo: no estás solo.
No eres menos fuerte por sentir miedo. No eres menos valioso por tener días en los que sientes que todo se desmorona. No eres una persona rota solo porque a veces la ansiedad se vuelve insoportable.
Heidegger decía que la angustia nos despierta a la realidad de nuestra propia existencia. Y aunque a veces se sienta como un abismo, también puede ser la puerta que nos obliga a vivir con más consciencia, con más presencia, con más autenticidad.
Sigues aquí. Sigues respirando. Sigues avanzando.
Y eso, por sí solo, ya es una victoria.
Porque todo sume,
Javi
¡Caramba Javier! Qué identificado me siento con tu carta. Comprendo a la perfección por lo que debiste pasar. Yo tuve la desgracia de tener un episodio de ataque de pánico dentro de una guagua, en un trayecto largo. Iba de Icod de los Vinos a La Laguna (en Tenerife). Me tuve que bajar antes de llegar a destino (en Los Rodeos) porque sentí lo mismo que tú. Sentí que iba a morirme, tal cual. Seguro que a quien no ha vivido un episodio así, creerá que exageramos, ojalá no tengan que pasar por ello, porque es insufrible. Supongo que yo contaré mi experiencia un día de estos. Qué malos recuerdos de ese día, madre mía. Recuerdo perfectamente la fecha: 14 de abril de 2014. No me olvidaré nunca. 😩
Gracias por compartirnos la experiencia. Seguro que servirá a quien no haya nunca pasado por eso, aunque sea para conocer que es algo más serio de lo que uno cree.
Un abrazo. 🤗
Sentir que la ansiedad te invade todo el cuerpo y pierdes control sobre lo que sientes, lo que piensas, el control de tu cuerpo. Es la sensación más horrible que he conocido yo también. Yo llegué a perder el conocimiento porque no podía, literalmente, respirar.
No siempre estamos preparados para escuchar lo que nos trae. Su mensaje es a veces tan doloroso que escogemos vivir aterrados de que vuelva a aparecer.
Me encanta cómo explicas tu manera de despertar a esa angustia vital. Y cómo conseguiste, con el tiempo, interpretar su mensaje.
Así que gracias por compartir esto. Sobre todo porque estoy segura de que habrá personas que se hayan sentido culpables por sentirse así🙏🏼.