¡Hola! Quizás no sean estas las palabras que esperabas leer hoy. Es probable porque ni siquiera las escribe quien suele hacerlo y hablan de un domingo siendo esta - o eso espero allá donde estés - una radiante mañana de sábado.
Javi me ha pedido una pequeña aportación a este maravilloso proyecto y cuando tienes una amistad tan profunda y poderosa como la nuestra, no puedes más que confiar y desembarcar con todas las consecuencias.
Mi texto no es ficción. Hace mucho comprendí que cualquier realismo es mágico si observas lo suficiente y yo escribí “la mañana de un domingo cualquiera en el mundo” un domingo que para nada lo era. Pero supongo que a veces la vida es así. A veces basta con mirar un poco para encontrar motivos para seguir.
Mi amistad con Javi es para mí uno de esos motivos, ojalá este proyecto tan bonito pueda ser ese motivo para alguien que lo necesite. Quién sabe, aún es sábado y queda toda una vida para el domingo.
Carlos Laforett.
La mañana de un domingo cualquiera en el mundo.
Hay días en los que la luz no llega a todos los rincones y obligo a mi cuerpo a salir a buscar el calor. Es la mañana de un domingo cualquiera en el mundo. La ciudad, apenas alterada por la resaca de una noche demasiado larga, espera y, en la claridad del alba, los pájaros comienzan a cantar.
Mi corazón encogido palpita. Incluso herido, el animal no es inmune a la belleza. Algo vibra en los fondos y con toda la fuerza que soy capaz de reunir entre huesos y pieles se mueve, autómata, un cuerpo. El mío.
Así salió un golem esa manaña al mundo, en la inercia de un cuerpo que cae. Así transité las calles que un día sentí como mías pero que ya no lo eran. Un cuerpo camina y una mente intenta flotar en la luz de un nuevo día. Caminé sobre mi tierra y mi tierra me llevó al origen. Bajé risco y barranco, atravesando fincas heridas de tiempo. Me perdí consciente, sabedor de que no iba a ningún lugar¿a dónde van los que nadie espera?
Mentiría si no dijera que ayudó la música, como siempre, a amansar a la fiera. Valeria Castro se desangró en mis oídos y se regó sobre mi y todo fue belleza. La belleza de un paisaje moribundo. El fulgor de un verde primigenio conquistando el mundo.Los muros caídos y atravesados, los vanos abiertos de antiguas puertas y ventanas cerradas. La piedra sucumbiendo al silencio de un mundo casi extinto y el calor de un sol atravesando, incluso, mi propia mente. Así atravesó el cuerpo la tierra, así atravesé yo la melancolía.
El sol también camina y dieron mis pasos de nuevo con las calles que una vez fueron mías. Pero yo ya había sido atravesado por la belleza. Dolía todo - como siempre - pero ahora podía soportarlo más. Llegué al parque y me senté sobre un banco de piedra. Elijo siempre uno que tiene tallado un sol y una luna. La gente no lo conoce, pero me parece un atisbo de esa magia que antes sentía. Me siento sobre el sol y me deshago. La luz me calienta y rellena los huecos. La herida no se cierra - no lo hace nunca - pero hoy esto será suficiente. Otro día sostenido por la belleza de mi hogar. Antes de salir de casa cogí un libro y lo metí en la mochila. -otra inercia vespertina-. Ahora me pongo a leer - auriculares apagados, libro en mano - y sobre mí pasan las nubes y las horas.

No sé cuánto tiempo llevaban ahí, pero me percaté de su presencia casi de forma mistérica. No estaba escuchando pero algo en mis fondos me hizo levantar la cabeza. Entonces los vi. En un banco próximo, sentados, un hombre mayor y unjoven. El Hombre mayor estaba tras el joven, por lo que solo podía verlo de refilón. Estaba mirando al joven mientras le hablaba. Su cuerpo se giraba hacia el y sus ojos lo buscaban. Lo estaba envolviendo, de alguna forma, también con sus palabras. Vi en sus ojos el brillo de quien ha vivido mucho. Vi en ellos un hambre voraz de descubrimiento. Vi la fuerza que da la experiencia intentando llegar a aquel joven. Y a aquel joven si lo vi bien. Era una mancha negra sobre el fulgor del mediodía. Miraba tan fuerte al suelo que juraría que la propia piedra azul se rompía bajo el peso. Su cuerpo era casi humo. Temblaba, temblaba como tiemblan los cuerpos que ya no son de sus dueños. Se encogía buscando desaparecer en aquel banco y entonces lo supe: yo conocía a aquel animal herido. Era como el mío. Estaba mirando un espejo - Las personas que estamos rotas nos reconocemos-. Aquel chico estaba perdido, si, pero no como yo, que conseguía poner el automático. El estaba perdido como solo se pierde un adolescente: para siempre. Pero el mayor le hablaba y hasta él llegaban las palabras y de alguna forma se le metían por los huecos. Hasta a mí también llegaban. Eran palabras de aliento. Era consuelo. Eran palabras de amor. El amor que solo siente alguien que te quiere demasiado como para dejarte ir.
La conversación para siempre la guardaré como un secreto. A fin de cuentas, para ellos yo solo era un trozo de aquel parque: testigo mudo del dolor y del amor. Sin embargo, sí diré que el mayor le dijo al joven que estaría con él pasara lo que pasara, gustase lo que le gustase. Lo dijo con todo el amor que este mundo puede darle a una persona. Se lo dijo desde el fondo de sus entrañas y fue tan grande y tan poderoso que el joven quedó paralizado. Yo también. El mayor lo sabía, como también lo sabía yo. El joven quizás ni lo sospechase, pero así es cuando se rompe por primera vez un corazón.
Mentiría nuevamente si no dijera que mis ojos se humedecieron. No importa el dolor, insisto, un animal herido no es inmune a la belleza. Una belleza íntima, tierna y enteramente suya. Una belleza que me atravesó como un rayo y me partió. Un momento trascendental de amor y dolor en la vida de un joven y un adulto que se perderán, como tantas otras cosas, entre aquellos árboles y bancos.
Yo era un intruso, una mancha de pintura en un cuadro que no era el mío. Me levanté del banco y con toda la fuerza del mundo me contuve para no darles un abrazo. Ellos no lo sabían, difícilmente podrían imaginar jamás que esa mañana salvaron a un desconocido sentado plácidamente con un libro en el parque. Me salvaron porque todavía quedan cosas buenas. A pesar del dolor, de la apatía y de estar perdido. A pesar del hastío profundo e infinito de la inercia…Aún queda labelleza, incluso, en el dolor. Un dolor infinito -como el de ese chico- que un día dejará de serlo y vivirá solo en el recuerdo de ese parque.
El joven aún no lo sabe, pero lo sabrá. A fin de cuentas, solo era la mañana de un domingo cualquiera en el mundo.
La belleza siempre salva, aunque seamos animales heridos❤
Madre del Amor Hermoso... hacía tiempo que no lloraba con una newsletter... Qué Belleza.
GRACIAS. 🙏