Definir el bien parece sencillo hasta que intentamos ponerlo en palabras. Sabemos cuándo algo es bueno porque lo sentimos, pero cuando intentamos explicarlo, el concepto se vuelve escurridizo.
Para algunos, el bien es un código moral establecido: reglas, mandamientos, principios inquebrantables. Para otros, es una cuestión de intenciones: si la intención es noble, la acción es buena, sin importar el resultado. Y para otros más, el bien es simplemente lo que genera menos sufrimiento o más felicidad.
Pero, ¿es el bien algo universal o solo una construcción de cada sociedad? ¿Depende del contexto o hay algo en nosotros que lo reconoce instintivamente?
Quizás el bien no sea algo que podamos definir de manera absoluta, sino algo que solo entendemos cuando se pone a prueba. Cuando se enfrenta al vacío de las normas, cuando la vigilancia desaparece, cuando nadie nos dice qué hacer. Y hay un experimento que nos muestra precisamente eso: qué ocurre cuando el ser humano se enfrenta a la ausencia total de reglas.
Rhythm 0 y la prueba del bien y el mal
En 1974, la artista Marina Abramović realizó un experimento perturbador llamado Rhythm 0. Se colocó en una galería durante seis horas, de pie, inmóvil, con 72 objetos frente a ella.
Algunos eran inofensivos: una pluma, una rosa, un poco de miel. Otros eran potencialmente peligrosos: un cuchillo, unas tijeras, incluso una pistola con una bala. Cualquier persona del público podía usar los objetos como quisiera sobre su cuerpo.
Al principio, la gente fue tímida. Le ofrecían la rosa, la acariciaban suavemente. Pero con el paso del tiempo, cuando vieron que Abramović realmente no reaccionaba, las cosas cambiaron.
El bien se desdibujó.
Alguien la cortó con un cuchillo.
Otro le quitó la ropa.
Uno más colocó la pistola en su mano y apuntó a su cabeza.
Lo que empezó con curiosidad se convirtió en violencia. Como si la ausencia de límites despertara algo oscuro en el ser humano.
Pero lo más inquietante no fue la violencia en sí, sino la rapidez con la que se desarrolló. Bastó con que la figura de la autoridad desapareciera para que algunos cruzaran líneas impensables.
Cuando la performance terminó y Abramović empezó a moverse, los participantes no pudieron mirarla a los ojos. Como si hubieran despertado de algo y, de repente, sintieran el peso de la culpa.
¿Es el bien solo una construcción social?
Este experimento me hace preguntarme: si el bien fuera algo innato, algo absoluto dentro de nosotros, ¿cómo pudo desaparecer tan rápido?
¿Somos buenos porque lo elegimos o porque hay reglas que nos obligan a serlo?
¿Es el bien lo que hacemos cuando sabemos que seremos juzgados?
¿O es lo que elegimos incluso cuando nadie nos está mirando?
Abramović no hizo nada. No provocó, no se defendió, no reaccionó. Solo estuvo ahí, y eso fue suficiente para que las personas se revelaran a sí mismas.
Y quizá ahí está la clave. Tal vez el bien y el mal no son categorías externas, sino decisiones que tomamos en cada momento.
Si el bien fuera un instinto universal, ¿por qué tendemos a comportarnos peor cuando creemos que nadie nos observa? Y, por el contrario, si el mal fuera la tendencia natural, ¿por qué algunos resistieron y la protegieron?
Quizá el bien no es un concepto absoluto, sino una lucha constante. Algo que existe solo cuando lo elegimos, cuando decidimos que nuestros impulsos no van a definirnos.
El bien como elección
En Rhythm 0, hubo quienes eligieron la violencia, pero también hubo quienes intentaron protegerla. El bien no desapareció por completo, pero tuvo que resistir.
Quizá el bien no sea un principio fijo dentro de nosotros, sino un acto de voluntad. Algo que no se da por hecho, sino que se construye cada día.
Porque hacer el bien cuando es fácil no cuesta nada. Pero hacer el bien cuando todo invita a lo contrario, cuando hay poder sobre otro, cuando no hay consecuencias visibles… ahí es donde realmente se pone a prueba.
La filosofía ha intentado definir el bien desde múltiples perspectivas. Platón lo situaba en el mundo de las ideas, como una verdad absoluta a la que aspiramos. Aristóteles lo vinculaba con la virtud y la búsqueda de la excelencia. Kant lo reducía a la acción moral regida por la razón. Pero ninguna de estas definiciones nos prepara para lo que ocurre cuando el bien depende de una decisión momentánea, cuando no hay tiempo para la reflexión filosófica y solo queda el instinto.
Quizá el bien no sea una norma escrita en piedra, sino un músculo que debe ejercitarse, una brújula interna que necesita ser afinada constantemente.
Porque el problema no es si el bien existe o no. El problema es qué hacemos con él cuando tenemos la opción de ignorarlo.
Cuando nadie nos está mirando
Siempre me ha parecido inquietante esa idea: qué haríamos si nadie nos estuviera observando.
Si no hubiera juicios, si no hubiera repercusiones, si no existiera castigo, ¿seríamos tan buenos como creemos?
Vivimos en un mundo de normas. Desde pequeños aprendemos lo que está bien y lo que está mal, pero rara vez nos detenemos a preguntarnos si lo hacemos por convicción o porque sabemos que alguien nos observa.
El experimento de Abramović es inquietante porque nos enfrenta con esa pregunta de manera cruda. Las normas desaparecieron, la autoridad se esfumó, y en cuestión de horas, algunos eligieron la violencia sin remordimientos.
Y no hace falta irse a un experimento extremo para verlo. ¿Cuántas veces la gente se salta las reglas cuando cree que no será descubierta?
El conductor que acelera en una carretera vacía porque sabe que no hay radares.
La persona que insulta en redes sociales porque el anonimato le da impunidad.
El que roba en una tienda confiando en que nadie lo está mirando.
Pero también hay otro lado.
Hay quienes eligen el bien incluso cuando nadie los ve.
La persona que devuelve una cartera perdida sin esperar recompensa.
Quien ayuda a alguien en la calle sin grabarlo para compartirlo en redes.
El que elige la verdad aunque mentir le beneficiaría.
Esa es la verdadera prueba. No quiénes somos bajo la vigilancia de los demás, sino quiénes elegimos ser en la soledad de nuestras decisiones.
Si el bien depende de ser vistos, entonces no es realmente bien, es solo comportamiento condicionado. Pero si lo elegimos cuando nadie nos obliga, cuando nadie nos aplaude, cuando ni siquiera seremos recordados por ello… entonces es algo real.
El bien no es solo una idea, una norma o un mandato moral. Es una decisión. Y como todas las decisiones, no siempre es la más fácil, pero es la única que nos define verdaderamente.
Y eso lo hace aún más frágil, pero también, más valioso.
Porque todo sume,
Javi
Cuánto bien me ha hecho leer esto. 🙌